sábado, 21 de mayo de 2011

Naomi

Naomi Watts, un talento que ya no sorprende
por Fernando López

Cuando David Lynch la descubrió en el casting para Mulholland Drive, un piloto para una serie de TV, le confió al diario Los Angeles Times: "He visto a alguien en quien percibí enorme talento, una gran inteligencia, un alma bella y la posibilidad de afrontar diferentes papeles: una combinación maravillosa". El proyecto no prosperó, pero cuando Lynch pudo convertirlo en un largometraje en 2001, conservó para Naomi Watts el complejo doble papel de una aspirante a actriz metida en la trama laberíntica y alucinada de un thriller. Con El camino de los sueños (así se llamó entre nosotros), la exquisita actriz anglo-australiana sorprendió al público y a la crítica, cosechó un puñado de premios y dejó de integrar para siempre la extensa galería de intérpretes de mucha experiencia y escasa notoriedad que suele circular por Hollywood.


Ahora, hace rato que no sorprende a nadie. Al contrario, de ella sólo se esperan autoridad y compromiso interpretativo, trabajos pulidamente elaborados, entrega absoluta a las necesidades de cada personaje. De su ductilidad sobran pruebas; ahora mismo acaba de sumar con Poder que mata su impecable personificación de Valerie Plame, la agente encubierta de la CIA cuya identidad fue revelada en medio de un escándalo a propósito de las mentiras con que el gobierno de Bush justificó la invasión de Irak. Y aún es posible disfrutar de la impresionante elocuencia de su mirada en la escena de Conocerás al hombre de tus sueños, en la que espera de su jefe (Antonio Banderas) una declaración que nunca llega.


Por otro lado, todavía perdura el recuerdo de otras composiciones bien diferentes: la de Amor de madres, en la que era una abogada hiperprofesional, autosuficiente y fría, pero muy dada a fugaces encuentros puramente sexuales. O la conflictuada partera de Promesas del Este, involucrada en un asunto que la lleva hasta la mafia rusa en Londres. O la frívola inglesita burguesa que experimenta en El velo pintado una sustancial transformación cuando conoce la durísima realidad del cólera en la convulsionada China de los años veinte.


Las cosas no fueron fáciles para Naomi. Nacida en Inglaterra en 1968 y criada en Australia, cuenta que a los 11 años vio Fama y decidió ser actriz. Cuando su familia se trasladó a Australia, estudió actuación, se desilusionó con su primer papelito (For Love Alone), decidió probar fortuna como modelo en Japón ("la experiencia más deprimente de mi vida") y juró no volver a ponerse delante de la cámara. Pero en 1991 ya estaba de nuevo en el set. De Un romance en blanco y negro, le quedó la amistad de Nicole Kidman, que le daría ánimos cuando las cosas no salieran del todo bien en Sydney y, más tarde, en Hollywood. Filmó más de quince películas y unos cuantos telefilms, hasta que llegó el decisivo trabajo con Lynch y en seguida la intrépida reportera de La llamada, que consolidó su popularidad. Por fin, 21 gramos le dio, en 2003, su primera nominación al Oscar. Y hasta supo arreglárselas para ponerle espesor humano a la rubia que siempre seduce a King Kong.


Seguirá hablándose de ella por causa de futuros estrenos, entre ellos J. Edgar, la biopic de Clint Eastwood, en la que encarna a la secretaria del controvertido jefe del FBI, papel a cargo de Leonardo DiCaprio. Y acaso un proyecto recién anunciado que la reunirá en la pantalla con Liv Schreiber, su marido (y padre de sus dos hijos). Es otra historia real: la de Chuck Wepner, el boxeador recordado por haber aguantado los quince rounds de una pelea con Muhammad Ali en 1975 y que -según se dice- inspiró a Sylvester Stallone el personaje de Rocky. El film se llamará The Bleeder, el apodo que el púgil mereció por sus cejas, que sangraban fácilmente. Aunque él se define como "el sobreviviente de Ali".

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